Salvaje y natural

sábado, septiembre 3

Idiota, caí de pleno.

En tu casa o en la mía. En el salón, en la cocina, en la cama. De matrimonio o individual. Qué más da, el caso es querernos. Entre ayer y hoy hemos comprobado que nos queremos mucho. Acaba bien el verano, sí. Septiembre nos saluda entre velas con olor a rosas, entrecerrando los ojos y las persianas, dejando pasar unos pocos rayitos de sol hasta tu espalda. Tus lunares me piden a gritos masajes con sabor a besos y a caricias. Entre tanto, nos enredamos sobre el colchón, enlazando aún más todo aquello que nos une. Vestirme con tu camiseta y andar por tu casa como en la mía, desnuda de ropa y de emociones. No está mal quererse en alto. Perder la conciencia, el autobús y las clases de guitarra solo por verte reír. Y después hacer como si nada, como si todo, como si fuera otra vez catorce de Junio, sin lluvia. Y comernos debajo de un puente el uno al otro, y de vez en cuando, también un poquito de helado, con una cucharilla verde reloj, que paró exactamente en el minuto en que me besaste por primera vez, allí mismo. Abrazarte pensando en lo vacía que voy a estar las dos próximas semanas, despedirme de ti con un beso rápido y decirte que te quiero al oído. Y luego ver que no, que no te vas. Que te veo de nuevo. Que eres una caja de sorpresas y que aún no me creo la suerte que tengo de haberte encontrado. Que yo también tengo toallas naranjas y que el tejado es un buen lugar para tomar pipas en las noches cálidas. Y las puestas de sol se ven mejor metidos en el agua, en paisajes que ahora me parecen más bonitos que nunca, al redescubrirlos contigo. Cenar sin cervezas bajo un caqui con bombilla, con vodka en las esquinas y pizzas barbacoa, desenfadándonos a mordiscos y a lametazos con sabor a zumo Tropical. Tumbarnos en medio de la carretera a las dos de la mañana, sobrios de alcohol pero ebrios de emociones, envueltos en una toalla sin sentir más vergüenza que el de no habernos conocido antes. Ponerle nombre a la única estrella del cielo, y buscarla por la noche, entre miles, millones más. Y allí tirados, con el cielo empujándonos, soñaremos que queremos dormir juntos en alguna cama que suene por cada vez que nos besamos. Caminar de puntillas, abrir tus puertas con cuidado, para no hacer ruido, para conocer todas tus facetas, para verte dormir. Despertarte con un beso y un "buenos días, mi vida" al oído, acariciando suavemente la idea de repetir para siempre ese momento, y descubriendo el sabor de tu piel al abrir los ojos. Y cerrarlos de nuevo para sonreír haciendo recuento de los suspiros con los dedos de los pies, y pensando en lo perfectos que han sido estos dos días.

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