Salvaje y natural

jueves, septiembre 22

Tenía una voz tan limpia, que hacía daño.

No sé como decirlo, ese chico me hacía daño, daño de verdad. Tardé mucho en saberlo, supongo que por lo raro que sonará y lo difícil de entender que es. Aún que os lo explique y asintáis, nadie lo entenderá como yo. Aún así os escribiré aquí los síntomas, ya que a veces, lo sentía como una enfermedad.


Siento un afecto especial cuando hablo con alguien que me atrae, y me mira a los ojos, de frente, sin temores, en guardia. La seguridad de la vida es, junto un alto y moreno adolescente de 17, lo que más me convence. Pero justo él era el rarito del grupo, el de una imagen con un fondo no tan superficial.
Hacía su vida, a su manera, peor cuando me miraba tardaba varios segundos, congelando una nueva fotografía en su mente, algo minuciosamente preparado para después. Cuando se acerca, eso es otro mundo, una paralelo en el que yo, solo le sigo con la mirada. Podemos hablar mucho tiempo, no minutos eternos ni ninguna tontería, si no pasarnos horas sin decir algo realmente importante. 


Aún que no soporto, y lo hago por propia supervivencia, odio cuando creo el momento intenso, mi pequeño apodo, cuando hace las cosas de tal forma que impactan, que duelen, tenía la voz tan clara, grave, profunda...que hacía daño. Tanto como un tortazo de su mano, ¡Oh Dios mío!, Si eso pasara me quedaría embobada viendo con todo detalle el movimiento de su  brazo. Como cuando me besa, después no me acuerdo, nunca me acuerdo, el único recuero que persiste, es el que graba como me siento, para revivirlo después, imperando y gobernando sin mi permiso momentos de atención, en los que no estoy preparada para estremecer las piernas.


Antes de darme cuenta era el momento de la verdad, el momento en el que cualquier excusa es buena para huir, o el de entregarse a esa chispa de vida que lo hace tan humano, o tierno. En definitiva, irresistible.

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