Empezó a acostumbrarse a su movimiento de caderas, al olor de del champú impregnado en su pelo, a la esencia que dejaba cuando fría y distante pasaba por su lado. De la misma forma que se enamoró de sus infinitas pestañas negras que escondían unos ojos verdes que ocultaban todo, gritando en silencio.
Y es que el miedo mueve mundos
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